El mundo

"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo suvir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso- reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende."
(Eduardo Galeano. El libro de los abrazos. 1989)

jueves, 17 de septiembre de 2009

Alteridad

EL CARA-A-CARA (Enrique Dussel. Introducción a la Filosofía de la liberación)

La totalidad no es todo, sino que más allá de la totalidad -dije- está "el Otro" (B del esquema 3). El Otro es el rostro de alguien que yo (si me permiten una palabra algo equívoca) "experimento" como otro; y cuando lo experimento como otro ya no es cosa, no es momento de mi mundo, sino que mi mundo se evapora y me quedo sin mundo ante el rostro del Otro. Este término, rostro, lo tomo del hebreo. En hebreo se dice: pním; en griego: prósopon, que después significó "per-sona", pero en realidad, estrictamente, "rostro" o, mejor, "cara". Pním el-pním en hebreo significa: "cara-a-cara". Es decir, mi cara frente a la cara del Otro. Es un hecho muy cotidiano. Por ejemplo, un esposo está ante su esposa y la mira cara-a-cara. De pronto uno dice al otro: "¿Quién eres?" ¿Se dan cuenta qué profundo? , que alguien que todos los días está con uno, sin embargo de pronto le diga: "¿Quién eres?", como abismándose en el misterio del Otro y dándose cuenta que aunque vivamos todos los días de la vida junto al otro, sin embargo, éste puede ahora mismo, estar odiándonos, puede estar alegrándose, o puede estar mentalmente ausente.

El hombre tiene todas esas posibilidades; el rostro del Otro es justo el ámbito donde termina la acción y comienza el misterio; lo que veo de él es solamente lo que me aparece, pero no lo que está siendo como posibilidad libre y como su proyecto. Porque su proyecto, ese su mundo y las posibilidades que se le abren, se le abren a él pero no a mí, y por eso es por lo que le pregunto: "¿Quién eres?" y si me responde: "Fulano de tal" le sigo preguntando: "¿Dónde naciste?", "¿Qué es lo que has hecho?" y después de conocer su biografía le pregunto: "¿Cómo te encuentras?" y
después todavía: "¿Qué es lo que proyectas?" Todo esto, ¿por qué se lo pregunto? Lo pregunto porque no se me manifiesta, sino que: o él mismo me lo revela o nunca lo sabré.

A una cucaracha no le voy a preguntar nada, porque la pongo ante el microscopio y la miro, la observo y nada más. En cambio no pasa lo mismo con el hombre; el hombre está ahí como rostro y hasta puedo torturarlo. La tortura intenta la delación, que se opone a la revelación. La revelación es el decir libre y la tortura intenta un delator sin libertad: la tortura es la prueba de que el hombre es libre y puede también ser cosificado. Por esto es la cosificación suprema del acto maligno por excelencia que puede cumplirse contra el hombre, pues se lo convierte en una especie de magnetofón o grabador para que profiera hechos, pero como cosa y no como libertad.

Esto, que es lo más cotidiano de lo cotidiano, el estar frente a un libre cara-a-cara, nos introduce de lleno en el horizonte de la alteridad, es decir, en el reconocimiento del Otro como otro. Podemos considerar lo dicho en un ejemplo. Supongamos que de pronto mi hijo dice: "Papá, el verdulero está en la puerta" (flecha a del esquema 3). Sin haber visto al verdulero, camino desde el patio hasta la calle sobre la palabra de mi hijo. Es decir que: primero, he respetado a mi hijo como libre; después, he creído su palabra; y, sobre su palabra que no he verificado (porque la creo, porque creo en él), camino hasta la puerta. Puede que el verdulero no esté y, en tal caso, diré que es un mentiroso y comenzaré a desconfiar; o, al contrario, puede que lo que me dijo sea verdad, y comprobada o verificada su veracidad, comenzaré a confiar más en él. Una gran parte de la vida del hombre no se está cumpliendo en la evidencia o certeza, sino en la confianza, porque casi todo lo que hemos aprendido, lo hemos aprendido porque alguien nos lo dijo o porque creemos en él más que en la racionalidad de aquello que nos decía.

Vemos entonces que la cuestión del Otro, surge desde la experiencia más cotidiana. Piensen en alguien que fue gestado y que acaba de nacer; éste nació en alguien y su relación primera no fue del hombre con la naturaleza, como pensaban griegos y modernos. La primera relación del hombre es con el hombre. Nacemos en el útero de una mujer: relación con alguien; y cuando salimos a la luz del mundo, nos acoge en sus manos alguien; y lo primero que comemos no es algo, sino alguien. Esta es la primera economía, no política, sino economía pedagógica: mamamos alguien. ¿Se dan cuenta como el primer alimento es alguien?, es la leche de la madre. Así pues, la primera relación del hombre no es con las cosas, sino con los hombres, y el cara-a-cara es la más originaria de todas las experiencias. Yo tampoco fui constituyendo mi mundo, sino que me lo fueron constituyendo. Heidegger dice: "el hombre es ser-en-el-mundo", pero ese mundo surgió desde el Otro que me dijo "tuto"1, "cuidado", "mamá", y de esa manera me enseñó lo que era bueno y lo que era malo para este mundo; me transmitió toda la tradición de un pueblo, me enseñó a hablar. La lengua es el lugar del ser, vale decir, el lugar donde se cobija el sentido de todo. Todo esto es un fantástico proceso pedagógico desde el Otro, no desde mí. ¿Qué es lo que he inventado? Quizá, nada. y si no he inventado nada, lo he recibido todo del Otro en el cara-a-cara. Pero este hecho ha pasado desapercibido.

Sería muy fácil explicar históricamente por qué, pero lo cierto es que la experiencia del cara-a-cara es la primera experiencia humana, y es la más rica de todas; por ello va a poner en cuestión a la ontología de la totalidad, en la cual todos nosotros somos nada, porque justamente cuando el Otro no es reconocido, es reducido a nada. De ahí entonces que se lo pueda patear, se lo pueda volver "estiércol de las plazas" como dice Bartolomé de las Casas.
Ya verán, más adelante, cuál es el mecanismo que usa la totalidad para desconocer al Otro, constituirlo en enemigo, eliminarlo como heroicidad y estar en inocencia(...).

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